jueves, 21 de febrero de 2008

Eclipse

He pasado la última media hora con un eclipse. He estado absorto hasta que el camión de la basura que rompe la noche de Alicante ha roto también el encanto. ¿Qué tendrán los eclipses que nos dejan absortos desde hace milenios? Supongo que simplemente te obligan a poner contexto a lo que acontece.
Una esfera muerta que gira en el vacío a velocidad de vértigo se sitúan enfrente de otra esfera. Mucho mayor, incandescente, pletórica de explosiones a lo Hiroshima. Es la esfera que me ilumina, incluso de noche, en la sucia Explanada de Alicante. Esta humilde atalaya que también viaja a velocidad insospechada mientras la humedad se posa en mis huesos.
Entonces, el eclipse me obliga a pensar en Hiroshima y en el átomo. En una mañana clara de 1945 en la que un avión planeaba ligero entre unas pocas nubes. Un avión que abre una portezuela. Desde el banco de Alicante oigo hoy aquel 'clac' en el cielo. Un gancho que se abre y, con él, el atomo y la destrucción.
El eclipse me lleva entonces a pensar en los griegos, que sentados en una playa empezaron a hablar de esferas y átomos sin más punto de apoyo que el de su intelecto. Y hasta hablaron de la música de las matemáticas.
De los griegos, como sin querer, paso a los millardos de personas, y de familias, reunidas en torno a fuegos. En cuevas y en casas. Todas ellas mirando eclipses en diferentes épocas y lugares sin saber qué ocurría sobre sus cabezas. Tratando de hacer cuentas para explicar una luna rota que no encajaba en el calendario. También trato de recordar las mitologías entroncadas con ciencia de los egipcios, aztecas, babilonios y sus cálculos estelares. Y dudo sobre si Colón realmente salvó la vida por un eclipse (solar), o si hubo muchos más casos como los del cuento de Monterroso (el del dinosaurio, no).
Supongo que cada uno ve en un eclipse lo que quiere. El poeta halla versos, y el escéptico, dudas. El nacionalista se pregunta por la identidad cultural de los selenistas y su posicionamiento con respecto a la independencia de Kosovo. Y el mujeriego un cómplice para sus aventuras.
Yo, que últimamente deambulo apesadumbrado, hoy he visto como a la luna se le caía poco a poco el traje de lentejuelas. Se iba apagando el neón de ese gran prostíbulo que es la noche. Poco a poco, al rodar de las grandes esferas. La orla plateada se desdibujaba por minutos y dejaba entrever la realidad: la de una fría roca suspendida en el eter. Inquietante, sí, pero también inerte.
Una fría roca hecha de la misma materia que yo mismo y de ese titubeante ser colectivo llamado humanidad, que aún no acaba de tener conciencia de sí misma. De la misma materia que el sol y sus explosiones. Todo girando en una extraña danza que se revela en días de equinoccio y de eclipse.
Me he dejado el eclipse lunar a medias. Y en la tele dicen que no vendrá otro hasta 2015. Qué le vamos a hacer. Mañana la rutina y el dolor del día a día volverán a llenar los huecos de esta noche. Igual que la fría silueta de la luna llena el hueco que deja el resplandor de la luna a medida que avanza el eclipse. Y por más que ha gritado, no lo he podido evitar.

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