viernes, 9 de enero de 2009

Comandante

Entre las hagiografías cinematográficas y las condenas infernales de algunos periódicos, quedaba un enorme hueco.La figura de Ernesto Guevara de la Serna sigue conciliando amores y agravios por doquier. Y los años siguen pasando.
Para tratar de llenar, en parte, ese hueco, he pasado las navidades con la biografía realizada por el reputado periodista norteamericano Jon Lee Anderson.

El trabajo me parece impecable. Profundo y riguroso sin dejar de traslucir la admiración que provoca una personalidad tan singular y estimulante. Pone carne a los tópicos que se han generado y al póster colgado en el 99% de las universidades del mundo.

Hay varios aspectos del libro que me parecen reseñables. Por ejemplo, destacaría la narración de la falta de militancia política en el Ernesto adolescente. Por el contrario hacía gala de un aventurerismo valiente, superando taras físicas, entregado y noble. Me parece, también, envidiable las explicaciones de cómo la familia Guevara se vio sacudida por la evolución del hijo. Como tantas y tantas personas a lo largo de sus 39 años de vida.

En estos días de 5o aniversario, aún me admira que triunfara la revolución cubana. Tengo la impresión de que hay varios gabinetes en EEUU con la misma impresión. La política americana para con el Cono Sur y el Caribe fue desproporcionada y agresiva cuando no tocaba y liviana y dejadiza cuando sí. Generaron un caldo de cultivo antiamericano que no sé si se conseguirá soslayar en algún momento del futuro. Sólo en ese ambiente se puede entender el ardor revolucionario que azotó a tantos países. Y que en Cuba, la tercera la economía americana del momento, triunfarán los seguidores de Fidel.

Una vez que Guevara tomó sus votos marxistas, a los que se mantuvo fiel hasta lo irracional, empezó a crear al personaje. Al Che. En aquellos primeros años sorprende también observar la falta de compromiso político de Castro, quien por el contrario hacía gala de una envidiable ambición y habilidad política. De hecho, había un buen maridaje entre ambos y la biografía de Anderson resta importancia a sus desavenencias.

Al poco de llegar a la Sierra Maestra la Revolución tenía ya en sus adentros los síntomas de desviación que se han ido extendiendo durante cinco décadas. Anderson detalla los primeros y arbitrarios juicios sumarísimos. Luego llegaron los fusilamientos de La Montaña y la prohibición de la prensa libre, con Guevara como protagonista. "La luna de miel de la Revolución había acabado", escribió Simone de Beauvoir.

Después para el Che llegan los años de la leyenda. En los que el personaje se come a la persona y se trasciende al espacio del mito. Los años de las frustradas aventuras en Argentina (no personalmente), el Congo y Bolivia. Los años que dan el final trágico, de grandeza y un punto de locura que necesita todo héroe.

La narración de los últimos días de vida del Che es sobrecogedora, al igual que las fotos de la última época. Abandonado por sus supuestos aliados, buscando unos sueños de grandeza, agobiado por la miseria. Con los sentimientos más nobles ante la más absoluta de las indiferencias. Muchos de los bolivianos hoy en el poder deberían hacer examen de conciencia de aquellos días.

Sartre definió al Che como la persona más completa de su tiempo. Es una buena descripción. Es una lástima que en un momento dado se confundieran las convicciones profundas y acertadas con axiomas inamovibles. Axiomas en los que se puede castigar la discrepancia y la disidencia. Pero es que así fueron aquellos tiempos. Y me parece que poco hemos avanzado.

En cualquier caso, un libro muy recomendable. Aunque puede que haya algún experto perplejo sobre estas opiniones sobre Cuba y uno de sus mártires.

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