Estaba entusiasmado. Cogí el libro con cariño, me aguardaban horas apasionantes. De recogimiento. José Carlos Somoza no me había defraudado hasta la fecha. Los tres libros que habían caído en mis manos me habían encantado: Dafne desvanecida, Cartas de un asesino insignificante y Fantasmas de papel.
El flamante premio de novela de Torrevieja 2007, La llave del abismo, no podía ser sino la constatación de que el segundo galardón mejor dotado de España enfilaba un camino de calidad y apuesta de futuro. Así que cuando mi buen amigo Rafa Burgos me regaló el libro, mis huellas dactilares se relamían ante el gustazo que se avecinaba.
¡Nada más lejos de la realidad! Tras 200 erráticas páginas estoy a punto de cometer uno de esos sacrilegios que tanto me cuestan: abandonar la obra. Ni la entiendo, ni veo la gracia ni el criterio ni, sobre todo, el sentido. Somoza ha caído -a mi modesto entender posiblemente equivocado- en uno de esos excesos de la ciencia ficción. Uno de esos en los que se considera la coherencia narrativa algo simplemente innecesario. Quizá la cosa mejore, pero no tiene pinta.
Todo el mundo tiene un mal premio en esta vida. Y este aserto vale tanto para los responsables del premio de Torrevieja como para Somoza.
Parece que el equipo de Hernández Mateo se ha empeñado en alabar las peores obras de los mejores escritores. Recuerden el triunfo del, por otro lado genial, Jon Juaristi.
Sería muy de agradecer que fueran algo más valientes. O entendidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario