sábado, 2 de agosto de 2008

Promesas y deudas

En mi atolondrada marcha de Alicante me dejé muchas cosas. No es que mire hacia atrás para convertirme en estatua de sal, como me decía un hosco amigo. Es que dejo muchas cosas. Dejo, por ejemplo, 7,5 años de experiencias en una profesión que se reinventa a diario. O lo que es lo mismo, un buen puñado de vidas y una parte de mí.

Dejo una rutina y una mecánica de trabajo a la que me había amoldado como una vieja pantufla al pie de su dueño.

Dejo, también, un ideal periodístico. Un oasis dentro del panorama informativo de Alicante. Uno de esos de los que se ríen los escépticos. Pero mientras ellos ríen yo he visto a un puñado de redactores que en situaciones precarias se afanan por dar lustre a un puñado de páginas que al día siguiente no valen nada. ¿Y por qué?

Pues aún no lo tengo del todo claro. He visto cómo se encaraban con señoritos feudales en sus distintas caras: deportivas, políticas, municipales, sociales y, sí, puede que hasta económicas. ¿Y por qué? Por un sueldo ajustado y un horario de vértigo. También por una vocación compleja, que apunta a una difusa parte de nuestro inconsciente colectivo que se llama lo correcto. Se hace lo que se piensa que es lo correcto y se critica lo que se cree que no lo es. Y se cuenta de la forma que parece más correcta para que el mensaje llegue mejor. Se maqueta con el mismo convencimiento, con fotografías que refuercen el mensaje y se busca publicidad que permita todo esto. Con entusiasmo, con pasión, con imaginación y ciertas dosis de creatividad. Puede que con excesos de activismo y con carencias de conocimiento para abarcar todas las áreas que se tratan, pero con mucha honestidad. Este bingo sí que es el correcto, que diría el maestro Gisbert.

Tengo pruebas. Ahí están las citas de corrupción de la Vega Baja, el caso de la Fundación Aragonés, la trama de bodas falsas, las tropelías arqueológicas del Ayuntamiento de Alicante, los desmanes de Azorín y de Macià, la extraña singladura de Pilar de la Horadada, la especulación pública con suelos de polígonos industriales, el paso a la cárcel de Cartagena, las vergüenzas de la Cruz Roja, el cachondeo del Hércules y de sus mandatarios. Y un etcétera que es muy, muy, muy largo. Y es exclusivo.

Sobre todo he dejado un buen puñado de amigos. Los que pasaron por las cuatro paredes de la redacción, los que permanecen y los que vendrán. Hay días en los que me levanto dispuesto a cumplir con unos ritos matinales que ya no me competen y les envidio. A ellos. A todos los que se encaminan a la calle García Morato.

Envidio al motero romántico que canta a La Oreja de Van Gogh montado en una Harley. Envidio los rizos de un rabino sefardí que se encamina, sin darse cuenta, a la redacción, perdido entre versos. Envidio a los humos de una Mari Pili que encuentra tiempo para comprar cervezas y hortalizas entre comisarias y juzgados. Envidio al tipo espigado que corre a comprar unos puritos de sobremesa mientras en su mente cabe todo Alicante, con dos porterías a cada lado. Envidio a esa mata de pelo que se ve en lontananza, que lleva cobijados los conocimientos más dispares, enciclopédicos y arbitrarios que cabe conocer. Envidio el pausado y enérgico proceder que en la pecera luce un general romano de Benissa, a quien me hubiera gustado conocer mejor. A Fido. A Dido. Al flequillo de Sampedro. A Rosica. A Tere. Al Negro. A Salu. A las personas han llegado en los últimos tiempos.

Todos hemos dejado un hueco en la linotipia ficticia e imaginaria en la que se imprime esa edición local. Lo hizo Toledo, Peñalosa, Pascual y hasta Ginés, Martínez o Soto. Bueno, hubo quien esa huella la copio de otro periódico y de Internet, pero fue huella al fin y al cabo. Incluso hubo un cervatillo por la redacción. Es una pequeña historia colectiva de la que estoy muy orgulloso de haber pertenecido todo este tiempo. Todo lo que he aprendido y lo que me he equivocado me lo llevo como bagaje. Y os dedico a todos, desde aquí, un encendido: ".... y yo que me creía / el rey de todo el mundo..."


Y un "...fuera de mi ordenador".

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Leyéndote, parece que hubieses dejado atrás un paraíso. Perfecto solo porque era tuyo, tan tuyo como esos personajes a los que sigues necesitando... La añoranza es un sentimiento tan lícito como natural. Pero tanto instalarse en lo que se perdió como ansiar continuamente lo que está más allá y parece nunca llegar impide disfrutar de lo único que existe: HOY.
Y envidia, ni sana.

Fdo: La siempreausente

El Gato dijo...

¡Qué buenos años! Pero es cierto lo que dice el anónimo... también serán buenos lo que están por venir. Cuestión de actitud, los imperativos que impone al cresta de la ola...

Juanjo Marcos dijo...

NO ME ENTENDÉIS NANOS

Peter Parker dijo...

Que sí, que has dejado tu pequeño paraíso como lo hicimos todos. Hay que dar oportunidades a todos, compi!
PD.Podías poner la verificación más complicada, por favor? Como se nota que te has dado a los sudokus...

Juanjo Marcos dijo...

No todos, Peter, sólo los traidores como tú.
Tanto sudoku, tanto sudoku.