La tragedia de Barajas encierra un buen puñado de las miserias de este país. Es una de esas ocasiones en las que se constata ese proceder tan chapucero. Esa libre forma de interpretar las normativas, no como algo cerrado, sino flexible según el caso. Esa histeria del momento después, tras la apatía de muchos años en materia de seguridad aérea. Los partidos políticos, a lo suyo. Unos echando balones fuera y otros que aún no saben ni a qué juegan.
También unos medios de comunicación excesivos, que se salen de madre en cuanto pueden, que se juntan en facciones. Con unas televisiones que hacen escarnio del dolor ajeno sin la más mínima decencia. Luego llegan las comparecencias públicas, los funerales del Estado, habrá quien se rompa la camisa ante las cámaras y quien abomine de las denuncias en torno al mal ajeno.
Pero lo único cierto es que han muerto 154 personas en un vuelo comercial tan rutinario como Madrid-Islas Canarias, que compraron el billete en una de las supuestas compañías de bandera. En verano, con buen tiempo. Y un avión sin casi llegar a despegar, nos estalló a todos en la cara. No es válido ni lícito el afirmar que se han cumplido todos los protocolos de seguridad. Algo tuvo que fallar. Y lo que es más importante, ese algo se debe corregir de forma fulminante. Hay quien critica que en este país sólo se reacciona cuando ocurre alguna desgracia. Al menos, mantengamos esa triste evolución y no hagamos gala, una vez más, de la proverbial falta de memoria autóctona.
A veces el invierno llega de forma tan brusca...
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