Dijo una vez un sabio que el infierno son los demás; es el otro. Hubo otro que dijo que el infierno está en nosotros mismos.
Ambos pensamientos se complementan y pueden haber calado a nuestro alrededor, donde a las gentes parece molestar el otro permanentemente. No es sólo que no haya preocupación alguna por los problemas y avatares del prójimo. Es que molestan.
Nos irritan las pequeñas cosas ajenas que escapan al cúmulo de circunstancias vitales que anidan en nuestro ombligo y que nos parecen de tanta trascendencia. Caminamos con la celada a cuestas y cada vez vemos menos de lo que ocurre en nuestro entorno.
Sólo así, imaginando un universo de diablillos recelosos, entiendo reacciones que veo en el día a día. El desdén ante el dolor ajeno. El grande y el pequeño. La soberbia con el prójimo. El desprecio como sistema. Hay quien dice que hay crisis, pero viendo como se trata al supuesto cliente de muchos establecimientos, bien parece la mayor de las bonanzas.
Quizá sea una cuestión personal, quizá sea más rural de lo que pensaba, en pleno retorno a la urbe. Quizá no haya quizá y sí mucha hijoputez, incluida la mía, que aquí nadie se salva. De todos modos, puesto a elegir un sabio y a ubicar un infierno, a modo de recomendación, lanzo unas cuantas propuestas:
El infierno es esperar sin esperanza - (André Giroux)
El infierno y el paraiso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto - (Jorge Luís Borges)
Más vale reinar en el infierno que servir en el Cielo - (John Milton)
El infierno está todo en esta palabra: soledad - (Victor Hugo)
¿Existe el infierno? ¿Existe Dios? ¿Resucitaremos después de la muerte? Ah, no olvidemos lo más importante ¿Habrá mujeres allí? - (Woody Allen)
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