Los profetas que marraron sus pronósticos sobre la crisis agitan ya los posos de café y los huesos de pajarillos. El horóscopo económico se renueva.
Después de haber ignorado las consecuencias de la crisis que nos azota todas las noches en las nalgas de la cuenta corriente, ahora son todos viejas brujas pesimistas.
El discurso es justo el contrario. Ahora resulta que estamos en la crisis más grave desde 1929 o la Segunda Guerra Mundial, según las tripas que haya abierto el econosabio de turno. Son pronósticos redondos que cuadran los titulares a la perfección.
Pero son mentira. Igual que es mentira ese añejo topicazo de que la historia tiende a repetirse. Los hombres nos repetimos, la historia, jamás. ¿O es que hay algún gurú de pacotilla que me vaya a decir que esta época es igual que la de las hambrunas de los años treinta? ¿Qué los bolsillos de hoy son como los de la Europa de después de la guerra? Deberíamos respetar un poco más nuestra triste historia antes de lanzar funestos augurios de ese calado.
La actual crisis no tiene nada que ver con las anteriores. De las experiencias pasadas sólo se pueden aprovechar algunas recetas defensivas, aunque nada asegura que vayan a ser útiles. Si algo tiene el momento actual, tan globalizado, tan fastuoso, tan fatuo, es que es nuevo. Las recetas se tienen que repensar y las teorías económicas -las liberales y las socialdemócratas- tratan de adaptarse a las nuevas circunstancias con las enaguas al aire. Eso sí, todos votaron a Obama.
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