lunes, 14 de enero de 2008

Para que él se llamara Ángel González

Solía pensar que no me gustaba la poesía, sólo algunos poetas. En concreto dos eran los que me robaban el aliento. Uno yace en Colliure, con el verso "en estos días azules/con este sol de la infancia" en el bolsillo. El otro falleció este sábado. Es curioso, pero nunca quise saber sobre la vida de Ángel González. He indagado mucho más en autores que me atraían menos. Todo parecía demasiado cercano con AG como para albergar misterio. Ja.

Solía pensar que no me gustaba la poesía porque los dos poetas que tocaban una nota particular en mi interior hablaban con voz serena, carente de artificio y de misterio. Y lo solía pensar porque soy muy ignorante de muchas cosas. Muchas. No me daba cuenta del enorme trabajo y hercúleo esfuerzo que entraña el que la voz leída parezca la propia, recordada de repente, que encierra en dos versos toda una verdad universal. Simple, rotunda y al tiempo propia. Un pensamiento que aún no habíamos tenido la habilidad de configurar.

Solía pensar y pienso muchas tonterías. Pero a veces leo cosas que no lo son. Leo a hombres a los que imagino, en el buen sentido de la palabra, buenos. Que navegan por soledades, galerías y otros poemas. Que tendieron un puente invisible entre Sevilla y Oviedo. Me gustan sus revoluciones que no hacen ruido ni gritan. Me gusta las biografías que me invento. Me gustan sus soliloquios solidarios y el enloquecer febril por una mujer que los acalla.

Desde este rincón que nadie lee, dos pequeñas joyas de AG. Una porque creo que encaja en el día. La otra porque me recuerda a Alicante, aunque no estuviera dedicada a tal. Y porque me da la gana.


PARA QUE YO ME LLAME ÁNGEL GONZÁLEZ

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...


CAPITAL DE PROVINCIA

Ciudad de sucias tejas soleadas:
casi eres realidad, apenas nido,
sólo un rumor, un humo desprendido
de las praderas verdes y asombradas.

Luego hay hombres de vidas apretadas
a tu destino semiderruido,
y muchachas que crecen entre el ruido
cual si estuvieran entre amor sembradas.

A casi todas miro tiernamente,
y los viejos alegran tus afueras
con sus traviesas cabelleras blancas.

Yo estoy contento y, cariñosamente,
caballo gris me gustaría que fueras
para darte palmadas en las ancas.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Si es que yo ya sabía que eras un poeta, joder!

Antonio dijo...

Maldito tiempo que no se cansa de pasar.
En fin, un grande menos.

Rocío Mendoza dijo...

Simple, rotunda y, al tiempo, propia. Buena definición.

Juanjo Marcos dijo...

Estimado araña, ya sabes que poeta sólo hay uno en este periódico.

Juanjo Marcos dijo...

Otros grandes vendrán, antoñito

Juanjo Marcos dijo...

Ya sabes, rocío que nunca he sido muy bueno describiendo cosas.

Rocío Mendoza dijo...

¿Qué parte de 'buena definición' no has entendido? Me parece buena, aunque te empeñes en defenestrarte a ti mismo y tus cualidades.

Juanjo Marcos dijo...

Dios mío que carácter!