viernes, 18 de abril de 2008

La falsa sensación de seguridad


Esta mañana he vuelto a asistir a uno de los muchos rituales que no entiendo. Para viajar de Madrid a Alicante en tren hay que soportar largas colas para pasar por un detector el equipaje. Después hay un puñado de estaciones y 400 kilómetros de vía férrea sin vigilar donde un eventual terrorista tendría un objetivo idóneo. Si viajar en tren se rodea de sinrazón, ni les cuento el avión. He de confesar que me molesta sobremanera tener que descalzarme, quitarme el cinturón y renunciar a llevar líquido encima. Buscamos una falsa sensación de seguridad que no se sostiene.

Por que quien pretende hacer daño tiene ante sí un arsenal caso infinito de situaciones trágicas. Por más detectores que se pongan y aunque me quiten hasta los empastes al montar en un avión, se deben aplicar medidas racionales que no hagan que se pierda una forma de entender el mundo por el hecho de que haya gente que no lo comparta. Habrá ataques, sin duda, pero dudo de que este tipo de medidas sean las realmente necesarias. No planteo un quedarse parados, por supuesto, pero sí la aplicación de un mayor raciocinio.

Anhelamos una falsa sensación de seguridad. Ver a agentes armados a nuestro alrededor, desfibriladores en los centros comerciales, un ejército de CSI con tubos de ensayo, yogures contra el colesterol y controles en la carretera. Se trata de asideros con los que pensamos que estamos en un mundo seguro, en el que se pueden hacer planes y proyectos a largo plazo. En el que llevaremos adelante la vida de nuestros sueños.

Pero pecamos de presunción. Olvidamos la precariedad en la que nos movemos. Por supuesto que hay que hacer esos planes y proyectos, pero sin perder la perspectiva de que todo se puede ir al carajo. De hecho, el mundo tiene la terrible manía entrópica de irse al carajo. En cualquier momento, un coche sale de su carril y se lleva por delante un número indeterminado de vidas, y con ellas, otras muchas a las que están unidas. O, sin ir tan lejos, puede llegar un momento en el que una célula de tu cuerpo, sin que sepamos porqué, se torne en Némesis, en un enemigo interno que corroe por dentro. O simplemente se estaba en el lugar donde no se debía estar un segundo antes de lo aconsejable. Entonces todos los castillos en el aire que montamos, con sus arcos de seguridad, sus detectores, sus chequeos médicos, se van a hacer puñetas.

La incertidumbre nos acompañará siempre y no hay nada que se pueda hacer, salvo todos los esfuerzos del mundo por alejarse de esa incertidumbre.

4 comentarios:

El Gato dijo...

Cuando los EEUU se creían más seguros con su superpoderoso ejército, dos aviones comerciales bastaron para hacerles caer del guindo. Ayer, una bomba de Eta llevaba escrito "cuidado, bomba" o algo parecido... Coincido contigo, pero ¿cómo poder evitar atentados?

Rocío Mendoza dijo...

Será muy necesario, pero cuando la vigilante del areropuerto del Alicante se quedó con mi bote de Rexona en el control de equipajes me dio un ataque de hastío... Eso sí, reaccioné con uñas y dientes cuando me tocó el ''emporio armani''. Por ahí no paso. ;-)
Y sí, yo también coincido contigo: es imposible controlarlo todo.

RAY dijo...

Magnífico, desde Schrodinger no se había escrito con tanta sensibilidad y conocimiento sobre el formalismo matricial.

Juanjo Marcos dijo...

Es que el gato de Schorindger todo lo sabe