Cuando tuve la suerte de estudiar en el extranjero coincidí en mi postgrado con periodistas de Uganda, Tanzania y Sudáfrica. Todos ellos caminaban siempre con el estigma de tener que justificar su procedencia de forma constante. Estaban muy preparados, más que yo y mi prepotencia, y hablaban un inglés que daba la mil vueltas a mis leves escarceos con el idioma de Shakesperare. Jack Meena, Thabo Mabaso, William Gnumede y Ronald Kayanja en aquellos tiempos me daban lecciones en cuanto a educación y conocimientos de la vida. Supongo que aún hoy lo harían. Eran habituales los debates sobre la tragedia que se cernía sobre África. Todos ellos se quejaban amargamente de que en Europa solo veíamos lo malo y lo anecdótico que tiene África, que es mucho, pero que no es lo único. Que estábamos tan sumidos en nosotros mismos que no nos dábamos cuenta de los injustos que éramos. "No lo veis", venían a decir al quejarse de cómo se reducía a la anécdota todo aquello que no se conoce.
Con el tiempo he visto que tenían mucha razón. Pero el fenómeno es mucho mayor, y va de lo más pequeño a lo general. Vivimos en pequeñas cancelas, en unidades habitacionales que llamamos ciudades o provincias o regiones o autonomías o países. Que son los nuestros y nos gustan. Lo demás, es anécdota. Es chanza, es lugar común y, como mucho, llega a pintoresco. Y nos da igual enfangarnos en nuestra ignorancia.
Por supuesto no tendré el mal gusto de buscar paralelismos con África, pero cada día repito aquella letanía que me enseñaron mis amigos africanos: "no lo ven". Las redacciones de Madrid no son centrípetas por vicio. Es simplemente que lo que acontece en la Villa y Corte es tanto que les impide ver las pobladas provincias de alrededor. Y a mis estimados compañeros de Valencia les pasa lo mismo. No lo ven. No son conscientes de la diversidad de la Comunidad Valencia y no otean mas allá de Picanya. Orihuela y Torrevieja les suena a algo cercano a Orión, a pesar de ser dos de las mayores ciudades de la autonomía. Acudir a Pinoso les parece algo así como ir de picnic al averno.
El más claro ejemplo lo padezco a diario con la web de El Mundo de Comunidad Valenciana. Son mis compañeros, son buenos profesionales, pero no lo ven. Quizá les hayan intoxicado con manuales de esos que quieren reinventar el periodismo y que caducan cada seis meses. Quizá sea la fuerza gravitatoria del Cap i Casal. El caso es que no lo ven. Para ellos Alicante es un compendio de asesinatos, violaciones, fiestas populares y freaks de tomo y lomo. Y de todo eso hay a raudales. Pero no solo. No les interesa lo mas mínimo la gestión diaria y elaborada de la provincia. Las batallas políticas y financieras que se desarrollan. Los proyectos que se gestan por y para un millón y medio de personas y aproximadamente la mitad de las ventas y la facturación de la empresa. No.
Somos anécdota y desde Valencia no ven que puede haber vida detrás del chascarrillo. De hecho, el chascarrilo es efímero, evanescente, y deja poco poso tras de sí. Si se da hueco a todo lo demás se ofrecerá una visión mas rica y atractiva.
Pero claro, si no se hace con África, difícilmente se hará con Algorfa. Se trata de un fenómeno del que yo probablemente sea cómplice y no trate con la sensibilidad suficiente lo que ocurre en La Montaña, sumido como estoy en la capitalidad de este culo del mundo llamado Alicante.
Vivimos en un mundo cuyo ombligo crece y crece. Tanto, que ya no sabemos lo que es mundo y lo que es ombligo. Puede que el ombligo nos engulla a todos. Incluida la red de redes. Puede que entonces, deglutido ya, puede realmente opinar sobre lo que pasa en África y abroncar a mis compañeros de Internet.
O podríamos hacer todos un pequeño esfuerzo por entender al prójimo. Necesitamos una lección de otredad
3 comentarios:
Creo, sin ánimo de ofender, que he ido más veces a Pinoso que vuesa merced.
Sin ánimo de ofender creo que no tienes ni idea de lo que hablas.
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