sábado, 27 de octubre de 2007

Fuerza y honor

Los afectos y desafectos del ser humano son una cuestión poco estudiada. Un día te enteras de que el vecino del sexto ha tenido un infarto y le dedicas escasos segundos de pensamiento. No te alegras, sólo faltaría, pero la noticia no llega a interrumpir el caótico devenir del día a día. En otro momento te cuentan que ha fallecido en Madrid un albaceteño de 41 años al que no habías visto en tu vida, y sientes como se tambalean las pequeñas estructuras que componen tu rutina. Algo así me ocurrió al conocer la muerte del conductor de la 'La rosa de los vientos', Juan Antonio Cebrián, un programa de radio al que me había 'enganchado' hace seis años. De repente había perdido dos citas semanales (antaño diarias), en las que servidor se sentía cómodo. Tranquilo en medio de la vorágine.
Un programa de radio donde se habla de esas cosas que uno quiere escuchar. De ésas que se disfrutan en una sobremesa con amigos, con copa y puro. Un poco de historia, otro tanto de misterios, dos pizcas de ciencia, un chorrito de espionaje y todo sazonado con humor, ironía y respeto. La receta parece sencilla, como la de la tortilla de patatas, pero ¡ay! amigo qué pocas tortillas se pueden degustar hoy día hechas con cariño y profesionalidad.
La radio me ha dejado huérfano. Si fue difícil la marcha de Gabilondo por las mañanas y peor el sustituto elegido; ahora tengo otro hueco en el dial. Si acaso me queda Alsina por las tardes, pero poco más. Me sorprende que los sabios del 'marketing' de las comunicaciones no se hayan percatado todavía de las enormes sinergias que puede crear un programa como 'La Rosa de los vientos'. Quizá el cómputo total de oyentes sea menor que algunas de las recopilaciones de miserias humanas que pululan en las ondas (y no por mucho margen). Pero a cambio se crea una de las comunidades más activas en la red, dispuesta a gastar sus buenos euros en libros y revistas.
Le auguro poco futuro a 'La rosa de los vientos' a partir de ahora, y que me perdonen los sustitutos, ya que será complicado encontrar un conductor tan acertado para estos asuntos. Ese tipo de locutor que se implica en todo lo que trata, que domina las materias, pero que mantiene una margen de elegancia e incluso de ironía ante los asertos de sus imprudentes colaboradores. Cebrián se encontraba en su mejor momento profesional y tenía conmigo (y cientos de miles de 'conmigos') dos citas a la semana que esperábamos con impaciencia. Nunca le conocí pero le respetaba en muchos sentidos.
Aunque suene muy egoísta, hay una pregunta que me hice nada más conocer la noticia y que sigue sin respuesta: "¿y ahora qué hago?". De momento, no hay alternativa, así de limitada es la radiodifusión española.

lunes, 8 de octubre de 2007

Lloviendo piedras

Estos pasados días se ha producido en Alicante un fenómeno curioso, que ha inquietado a sesudos expertos y analistas desde Viena a Wichita. Llueven piedras. Así, como lo oyen. Este hecho no pillará por sorpresa a los usuarios del tranvía de Alicante que vieron como un enorme peñasco de cuatro toneladas a punto estuvo de llevarse por delante un par de vagones. O al obrero que en Elda fue herido grave por el golpe de una piedra en la cabeza. O al aquejado en Orihuela por la misma razón. No se equivoquen, no se trata del inclemente granizo, que nos recuerda cada año lo pequeños que somos cuando la madre tierra se cabrea. Son piedras, tan duras como la mollera de muchos de nuestros allegados; e incluso la propia. Alguien malpensado podría pensar que las piedras se caen cuando se construye a la ligera. Con poco cuidado y menos concierto.
Quizá sea una casualidad, pero este extraño fenómeno coincide con la explosión -detonación- de la burbuja inmobiliaria. El 'boom' ha hecho 'plof'. A uno le da por pensar que la tierra del ladrillo por excelencia se resquebraja y el castillo de naipes (con campo de golf, piscina y centro comercial) en el que vivimos se cae por su propio peso. Es un hecho que a casi nadie sorprende. Hay un consenso generalizado, salvo en esta provincia, al destacar que en el litoral mediterráneo, con Alicante a la cabeza, se ha producido un exceso constructor. No es que desde aquí coincidamos con los que ven cuernos y tridente en los consejos de administración de Llanera, Astroc y las que vendrán (Lubasa y Polaris, os esperamos). Algo de culpa tenemos todos en la crisis en la que estamos entrando y que irá más. Y si no se lo creen, esperen a que llegue 2008 y la inercia de los años expansivos concluya.
Así que no es malo que lluevan piedras en una tierra donde la autocrítica ha brillado por su ausencia, incluso cuando el Parlamento Europeo vino a sacarnos los colores. La reacción fue madura y equilibrada como suele ser en estos páramos: la culpa es del mensajero y los eurofuncionarios son muy malos.
Por eso pido pedradas para todos los que quieran mirar hacia otro lado. Un canto a la cabeza de los dirigentes empresariales y políticos de la Comunidad (cajas incluidas), a ver si así despiertan del ensimismamiento en el que habitan (eso sí, con campo de golf, piscina y centro comercial).
Y un buen peñasco a los medios empecinados en poner paños calientes a una herida tan grande.

Discussion/debate

Últimamente discuto mucho. Hay quien dice que estoy estresado y otros me tildan de desubicado. Doctores tiene la prensa. Discuto, por ejemplo, con mi ordenador todos los días; un viejo compañero de fatigas que se ha puesto en huelga. Tras tanta espera conjunta, divagando sobre esto y aquello, me envía soflamas de protesta a la pantalla. Digamos que estará de baja un tiempo y que eso repercutirá en mi producción en esta página. Al no tener ordenador con el que conversar, he mantenido animados debates con la televisión. La he insultado con desprecio cuando he visto cómo descuartizaba a Antonio Puerta o a la familia McCann o cualquiera que se atreviera a pasarse por esa ventana ciega. La he aplaudido alguna vez, como con un documental sobre personas desaparecidas o la enésima reposición de 'Con faldas y a lo loco'. Y, sobre todo, he perdido monumentalmente el tiempo. En valenciano y en castellano, para que luego se me acuse de boicotear la producción local.
Cómo no podía ser de otra forma, he vuelto a pelearme también con la actualidad. No dejará de sorprenderme el uso que hacen los gobiernos de turno de las fuerzas de seguridad y la vida judicial. No seré yo quien rompa una lanza por la bastarda izquierda abertzale, pero creo que se la alimenta cuando las decisiones sobre su entorno dependen tanto del momento político. Tampoco me verá nadie quemando fotografías de monarca alguna, ni de los descendientes de Witiza ni de Juan Carlos I. Ahora bien, tampoco elevo a categoría de problema nacional estas protestas. A todo aquel que cometa un delito, individual y punible, que le caiga aquello que se llamaba el Impero de la Ley. Pero a las colectividades que opositan al martirologio, no les daría tantos gustazos.
Puestos a discutir, tras recibir alguna colleja de mi novia y algún sereno reproche de mi madre, me he encarado con mis libros. Como dijo el sabio hay que leer menos y releer más. Siguiendo esta directriz he mantenido una sonora trifulca con mi clásico por excelencia: Antonio Machado. Y uno de mis poemas favoritos:
He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.
Mala gente que camina
y va apestando la tierra...
Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan a dónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.

He pensado en estos días que a este maestro de maestros de Mairena le falta un grupo vital. Está la gente que destruye, sí, nefasta. Está la gente que pasa, sí, entrañable. ¿Pero dónde se deja a los que construyen? A los que quieren dejar su impronta en aquello que hacen, no por soberbia (o sólo en parte), sino por el ánimo de que las cosas de su alrededor mejoren. No quemando fotos, banderas, amedrentando, asesinando y pendientes de agravios ficticios; tampoco pasando indiferentes al lado; sino con el ánimo de acabar con una lacra con la que se toparon. Desde lo global a lo particular todos vemos a personas de este tipo (personalmente lamento no poder incluirme), y su presencia se echa en falta cada día más en ámbitos de todo tipo: políticos, sociales y sobre todo sindicales y periodísticos.
Y si no están de acuerdo, lo discutimos.