viernes, 21 de diciembre de 2007

Y próspero año nuevo


La creatividad de mi compañero Héctor, bien merece ser apreciada y difundida. Feliz Navidad a todos.

Callados

Dentro de la hemorragia de comidas y ágapes de Navidad en la que vivimos redactores y fotógrafos desde hace dos semanas, hay algo que bien podemos reprocharnos. No son los michelines que acumulamos inconscientemente ni el estado en el que quedan los textos con la modorra que genera una buena digestión regada de Enrique Mendoza. No. Debemos reprocharnos los silencios melifluos, cómplices y complacientes ante determinadas gracietas de los anfitriones. Estos días he visto a presidentes agrarios hacer chistes sobre las mujeres que van a Cuba y sobre si cierran o no las piernas. Comentarios sindicales sobre la homosexualidad como para poner los pelos de punta hasta a César Vidal. Incluso algún alto cargo de cajas ha esgrimido con clase un "son todas putillas". Vale. Somos invitados y son fiestas, pero en algún momento deberíamos poner a coto a tanta barrabasada.
O lo que es peor, el ambiente cómplice de las redacciones ha caído tanto en el chabacanismo que ya no nos damos cuenta. Todos incluidos.

sábado, 8 de diciembre de 2007

El famoso vídeo de los graneles del Puerto

Es llamativo aunque bastante tramposo

La noticia de la Navidad

Dentro de unas pocas centurias, nada se dirá de la práctica totalidad de las personas que pueblan los diarios patrios. Sin embargo, estoy convencido de que la riada humana que va de África a Europa se estudiará largo y tendido, con la perspectiva que dan los siglo y tras haber modificado las estructuras sociales de toda la tierra.

En la actual vorágine informativa, en la que la tragedia de hoy es un breve mañana, la llegada de pateras se ha convertido en algo cotidiano, al que los medios prestamos relativa importancia, salvo en los casos dantescos. Perdemos la perspectiva.

En muchos casos se trata de personas que inician su andadura en una ciudad remota de Nigeria, con lo puesto, con los hijos. Recorren buena parte de África para agolparse en las costas de Túnez, Argelia o Marruecos, para, con precios desorbitados, subir a pequeñas barcazas que recorren hasta en invierno las aguas del Mediterráneo. Muchos no llegan y los que lo hacen sólo tienen la promesa de un futuro mejor en lugares como Almería, Murcia o Alicante. A esa gente no se la puede parar. Como ha pasado en otros momentos de la historia, hay movimientos humanos que escapan a cualquier control y que modifican las estructuras de los países que dejan y a los que llegan. Ya ocurrió en Europa y Estados Unidos en el siglo XIX y principios del XX.

Desde este verano las pateras han empezado a llegar a la Comunidad Valenciana. Con la elegancia que caracteriza a la política local, el análisis de los prohombres de los que nadie se acordará en dos centurias se ha reducido a si hay los suficientes medios para interceptarlos. O no.

Ni por asomo nos planteamos que llama a nuestra puerta un nuevo orden mundial del que pretendemos no saber nada. Que las viejas normas en las que se ha asentado el desarrollo de muchos países y la miseria de otros tantos dejan de ser válidas.

Como decía el viejo aforismo del periodista, hace dos milenios y pico nadie estuvo en Belén para contar la noticia más importante de una nueva era. Seguro que los cronistas de antaño analizaban las veleidades de aquel general con aquella cortesana, o aplaudían a Pilatos por lo bien que se lavaba las manos. Pues lo mismo, lo mismo, nos ocurre ahora.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Me aspen

Voy a escribir sobre la polémica Noche de la Economía Alicantina. Lo hago porque creo que soy la última persona en la provincia en hacerlo. El discurso del 'sheriff' Valenzuela, en su 'saloon' favorito, y con todas las coristas presentes (servidora incluida) no me sorprendió. Enarboló una vez más la bandera del alicantinismo, y no se puede negar que cada vez hay más momentos en los que la tentación de acompañarle en la brega crece. Incluso creo que tuvo momentos de brillantez, aunque relegó a un anecdótico tercer plano unos premios que con tanta vehemencia defenderá el resto del año. Lo que me dejó ojiplático, patidifuso y estupefacto fue el siguiente discurso, el del Molt Honorable Francisco Camps, que se limitó a leer la perorata que ya tenía escrita desde casa (léase las dependencias de la Generalitat). Argumentos tenía, el discurrir de Valenzuela tiene aciertos pero también hace más aguas que el Titanic en muchos aspectos, en especial a la hora de abordar la responsabilidad empresarial. Sin embargo, Camps se centró en la Volvo Ocean Race. Si no me equivocó se trata sólo de una carrera de barcos que zarpa desde Alicante. Y nada más. Humo. Estelas en la mar.

¡Que me aspen si todo un presidente de la Generalitat, barón del PP en España, y el jefe del Consell elegido con mayor porcentaje de votos puede permitir que le afeen los datos económicos en el acto empresarial más importante del año en Alicante y no decir nada! Cifras tenía (algunas), cintura no. Para los complicados momentos que el futuro depara a esta Comunidad, confío en que su presidente tenga más arrestos en otros foros. Quizá si empezara por perderle miedo a la prensa y admitir preguntas en todos sus actos en Alicante, la próxima vez que se viera en un brete saldría más airoso.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Terruños

Siempre he sido persona de pocas convicciones. Las que tengo, suelen durarme poco, se me caen con el paso de los años. Pero hay una que permanece indeleble: la sinrazón del pensamiento nacionalista. Muchas veces se me ha acusado de 'españolazo' cuando he tratado de hacer ver mi punto de vista. Voy a intentarlo una vez más.

Todo parte de una lectura apasionada, hace ya muchos años, de Jon Juaristi y su 'Bucle melancólico'. Fundamento mis posteriores opiniones en las crónicas de Primo Levi y Jean Amery, que aunque parezca que no tienen nada que ver, opino lo contrario. Y las consolido en días como hoy, cuando muere un chaval en un hospital francés tras los disparos recibidos. Llámenme exagerado si quieren.

Creo con firmeza que el nacionalismo político es una forma de entender el mundo excluyente por naturaleza, expansiva por definición y dañina por el mismo concepto que la fundamenta. Requiere de un permanente agravio y de un 'enemigo', real o imaginario, para perpetuarse, ya sea la pérfida Albión, Madrid, París o lo que sea. Del nacionalismo cultural nada tengo que decir, aunque no me guste.

Sé que me dirán que hay muchas formas de entender el nacionalismo, que van desde el ridículo bigote de Toni Arques y el Bloc en Alicante hasta el Tercer Reich, dejando cerca a ETA. Por supuesto, se trata de una afirmación de perogrullo. Pero creo que la historia enseña que el pensamiento nacionalista, o se diluye o crece hasta consolidarse como hegemónico. No es algo nuevo.

El concepto de nación es un invento de la Edad Moderna y toda la mitología que lleva añadida es mentira, incluido el caso español. Todas las naciones se edifican en torno a un buen número de mitos falaces creados por intereses espurios. Con el tiempo, los usos comunes generan una serie de hábitos y elementos culturales que facilitan la convivencia.

Ahora bien, puestos a escoger un terruño, me quedaré siempre con el más grande y amplio. El que excluya menos. El que tenga enemigos más difusos. Así, debo ser una de esas dos o tres personas en el mundo que sienten europeas. En el sentido europeo de la palabra.
La creación de la UE, con todas sus carencias, creo que es un proceso de una madurez social sin precedentes, en el que las clases dirigentes entienden por primera vez que el beneficio del vecino también lo es propio. Que no es un enemigo y que, de hecho, es más lo que une que lo que separa. Sólo falta que este sentimiento cale en el resto de la sociedad. Algo que, con baches, creo firmemente que sucede.

Y sucede en un mundo globalizado lleno de pateras y mestizaje en el que España y las españas se pasan el día ensimismadas en su ombligo. No seré yo quien pelee por la unidad del país, pero estoy hastiado del debate de las identidades. Veo a unos niñatos de medio pelo amenazando con su diarrea mental y sus pistolas a toda una sociedad avanzada, la vasca y la española, marcando las agendas. Veo que no hay capacidad de ponerles freno. Veo un mercadeo con el modelo del estado que se camufla con cuestiones culturales y lingüísticas. Veo que se repiten excesos del pasado con cambio de bando. Veo, a fin de cuentas, que no se avanza.

Una de las grandes virtudes que yo veía en el ser español era que nadie se sentía tal. No teníamos banderas por la calle ni arengas públicas. Algo parecido a lo que ocurrió en Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. Es la misma apatía hacia los símbolos nacionales que hizo que Günter Grass se opusiera a la reunificación y fuera puesto a caldo. Es como si hubiéramos llegado a una madurez como colectivos basada en la culpa. En la vergüenza de todas las barrabasadas que en un país se cometen en torno a la nación, con sus héroes y sus mártires. Una forma de expiar los pecados cometidos. Los males del franquismo estaban demasiado próximos.

No tiene sentido cambiar ahora un ambiente de madurez como país, en el que se respetaba todo tipo de planteamientos (aunque empezamos a ir a peor), por nuevas señas. Más pequeñas, menos consolidadas, más agresivas e igual de falsas. Encima, se ha reactivado el siempre pernicioso nacionalismo español de la mano de todos los pequeños terruños emergentes.

Puedo estar de acuerdo en que el modelo del estado no está bien cerrado en España. Que la transición se hizo como se hizo por que era el momento en el que se hizo. Pero el debate no será fructífero (de hecho no será tal), hasta que se establezca como prioridad zanjar la cuestión terrorista y que no se mezclen los asuntos sentimentales con los monetarios, que son los que realmente zarandean el debate público y el 'sudoku' de los presupuestos. Y si se rompe España, pues que se rompa. Pero, por favor, que no se siga aburriendo a la ciudadanía, máxime cuando hoy ha muerto otro joven de veintipocos años.

No seré yo quien cuestione a nadie el uso del idioma y las formas de expresión culturales y sociales a las que cada uno se considera arraigado. Faltaría más. Pero tampoco, por defender esos derechos ninguneados en el pasado, aplaudiré que se vuelvan a cometer nuevos excesos. Y menos aún lo entenderé cuando esos excesos provengan de una izquierda confusa, que se mea en la lucha de clases y en la universalidad de los males de los más necesitados. Una izquierda, al final, que olvida que la Revolución Francesa empezó siendo universal y acabó con Napoleón. Que la rusa, empezó con la Internacional y acabó con Stalin. O lo que es lo mismo, que cuando se olvida que, por definición, el socialismo no entiende de fronteras, cae en excesos.

martes, 4 de diciembre de 2007

El artesano

A vueltas con los aniversarios, el otro día tuve la suerte de estar en Valencia en la celebración de la onomástica de la edición local. Allí, entre canapés, frivolidades y varios amigos, charlé un rato con Emili Gisbert. Cuando volvía hacia Alicante en coche pensaba en una lección que me dio este viejo zorro del periodismo de la que, seguramente, ni él se acuerda. Yo estaba recién llegado/llagado a Alicante e iba sobrado de ínfulas. En un momento, no recuerdo en qué contexto, con toda la imprudencia que da la inexperiencia me proclamé como "artista de la palabra", tras plantear un titular que me parecía muy ingenioso. Emili, socarrón y ajado, me espetó que lo más a lo que podíamos aspirar es a ser "artesanos de la palabra". Y tenía razón. Todavía no he escuchado una definición de esta profesión que me satisfaga más.
Gisbert me contó el otro día que está retirado y que se dedica a escuchar ópera y leer libros, dos actividades que le parecen tan creativas como componer y escribir. Además, asegura que ha vuelto a disfrutar al leer periódicos. Ni por asomo se me ocurrió preguntarle lo que opinaba sobre mis labores, para no llevarme un susto. Bajo su tutela no estuve ni siquiera un mes, pero me enseñó más que otros superiores durante años.
Emili es uno de esos viejos rockeros de la profesión de los que quedan pocos. De los curtidos en tiempos ajenos a la mercadotecnia. De los de noches sin sueño y alma sin descanso. A mí, que me han acusado alguna vez de "periodista de salón", lo que me admiran de verdad son estos maestros de tiempos pasados que yo sólo vislumbré. Lamento que las nuevas generaciones no tengan docencia de tanta calidad. La profesión, a buen seguro, se resentirá.
Otro periodista de parecido perfil del que disfruté fue el vascón Luis Muñoz, cuando todavía pululaba por Granada, en el Ideal. Sus exhortaciones a "estrujar las meninges" y a no enseñar "la patita peluda" de los prejuicios que todos llevamos dentro, aún caminan conmigo. A veces, incluso, redactan conmigo.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Todos menos yo

El periódico El Mundo celebró el pasado viernes su fiesta de décimo aniversario en Alicante. Los salones del Castillo de Santa Bárbara vieron ese raro milagro de ver a todos los redactores de un diario contentos y felices. Todos menos dos, claro, servidor y el bueno de Sergio Sampedro, que nos quedamos como última línea de defensa del ejemplar del día. No fue por falta de ganas, aunque creo que nos resarcimos en la posterior fiesta.
Me hubiera encantado ver 'colibrieando' a Gema Peñalosa entre jueces, comisarios, cuerpos, agentes y algún que otro rufián; demostrando a todos lo que engañan las primeras apariencias y la magnífica redactora en la que ha mutado en los últimos dos años. Por allá, a buen seguro que pasearía su elegancia decimonónica Joaquín Núñez, ese hombre apreciado por tirios y troyanos por su buen hacer en la siempre difícil cancha del Ayuntamiento de Alicante. En algún rincón, con un cuaderno en la mano, me imaginó a Rafa Burgos, quien a veces todavía se asusta de sí mismo cuando descubre que le gusta ser periodista, aparte de un orfebre de las letras. Es un lujo para el diario tener entre sus huestes a alguien que se atreve con brillantes metáforas cuando trata los más dispares y arcanos asuntos.
Incluso creo que sonreía Ana Sánchez, que ese día supo domeñar su genio intratable, aunque no su permanente y quijotesca búsqueda de esas cosas tan extrañas llamadas verdad y honradez. Algunos alcaldes y ediles que por allí pululaban seguro padecieron algún reproche. A su lado pasaría Héctor Fernández, con ese aire de sobriedad castrense con el que actúa igual en una velada festiva o en las innumerables veces que sus denuncias a políticos le llevan al juzgado, donde siempre le han dado la razón y nunca se ha amilanado.
Otra persona a la que da gusto observar en estos eventos públicos es a Pablo Verdú, a quien siempre me ha gustado llamar el Bonaparte de las relaciones públicas. Elegante, atento e ingenioso, siempre tiene la palabra certera y la puya irónica. Todo esto, amén de ser el mejor periodista deportivo de Alicante y el extranjero, siempre que su pasión blaugrana no se cruza por el camino. De esta fuente bebe el impetuoso Francisco Escribano, llamado por todos como Paco el Negro, un tipo largo (no físicamente) donde los haya, al que tendrán que seguir de cerca por todo lo que promete.
También teníamos un galáctico, y no lo digo sólo por los zapatos y la corbata plateada. El delegado de Alicante, Miquel González, vivió su particular bautismo de fuego. Lo superó con creces y sólo apunta buenas maneras. Y si me quieren llamar pelota, ahí tienen los comentarios del blog. Especialmente grata fue la visita de Paco Pascual (para entendernos, Paco el Blanco), que ha trascendido la prensa local para erigirse en prócer nacional. Y a pesar de todo, aún sigue criticando mi atuendo cada vez que le veo.
También fue un gustazo que nos visitarán Amparo García (que hizo las veces de presentadora) y Cristóbal Toledo. A los dos los consideraré siempre de la casa. Ahora más que nunca. A pesar de todo, no dejaré nunca de lamentar su marcha y de reprocharles que no se acuerden de las comarcas del sur más a menudo. De Toledo sólo puedo decir que es la persona con la que más a gusto he trabajado y la que entendía con más naturalidad este extraño oficio nuestro. Ahí queda eso.
Una de las cosas que más me gustó de la velada es que las últimas 'incorporaciones' a esta casa se empezaran a soltar el pelo. A Raúl Navarro se le soltó en forma de cresta, y por unos instantes abandonó ese rictus profesional y comedido. Y nuestra colivenca por excelencia, la buena de Salu, nos dio a todos una lección de aguante. Supongo que es por el entrenamiento de soportarnos a todos en el día a día. Por último, no puedo dejar se señalar que las nuevas generaciones, Sampedro y Tere López, demostraron un acoplamiento al equipo digno de halago. El mismo que el fotógrafo Cristóbal Lucas, una de las personas más queridas de la redacción. Lo mismo que Roberto Pérez, a quienes sus responsabilidades paternales no le permiten trasnochar.
Paso tantas horas con todas las personas aquí enumeradas que el tópico de la pequeña familia es, cuanto menos, obligado. Les veo más que a mi familia y a mi novia. Eso no es bueno, por supuesto. Este oficio en precario permite pocos momentos para poder decir todas estas cosas.
De todos modos, sí que considero como algo encomiable que sean todas ellas personas a las que respeto y aprecio. Con las que discuto hasta el infinito, así es mi carácter, pero para los que guardo un pensamiento siempre de cariño. Peñalosa seguirá sacándome de quicio (y viceversa), mientras Sánchez y Fernández me mirarán de vez en cuanto con reproche. Burgos seguirá corrigiéndome la ortografía y Núñez censurará algún que otro titular. Y lo harán mientras ellos quieran, que se han ganado el derecho a ello. Igual que Paco el Blanco a mofarse de mis combinaciones de colores. Dentro de esta profesión, que tiene tantas y tantas carencias, hoy me siento realmente orgulloso de mis compañeros.
No puedo dejar de acabar esta interminable crónica -si es que alguien ha llegado hasta aquí- sin mencionar a las personas que ya se fueron, pero que merecen una parte de este décimo aniversario que, afortunadamente ya acabó. Mi recuerdo en la jornada fue, sobre todo, para Olga de Nova, Joaquín Rocamora, Angels Juan, Lucas Verdú, Mariajo Núñez y Luismi Sánchez. Cada cual elija los suyos.