martes, 3 de marzo de 2009

Responsabilidad

En las últimas semanas se me han atragantado un buen puñado de peticiones de responsabilidad a la prensa económica. Ángel Gurría, Carlos Ocaña, Pedro Insolvente, Donde-digo-digo-digo-Mafo y otros tantos han aprovechado diversos tipos de foros y encuentros, de esos que se suceden sin solución de contunidad en la capital en tiempos de crisis, para unirse a esta reclamación. Los periodistas económicos deben dar pábulo al optimismo y no regodearse en cualquier ratio de tres al cuarto de las estadísticas oficiales. Hay que ser alegres informativamente hablando, porque con el pesimismo no se sale de las crisis. Recitan así preceptos de esa nueva ideología difusa y zapateril del optimismo antropológico.

Me gustaría seguir sus recomendaciones. Lástima que no pueda. Hay dos motivos que me lo impiden.

El primero, que en los tiempos de bonanza, cuando todos, irresponsables, jaleábamos un modelo desquiciado, nadie reclamó, en contraposición, cierto pesimismo prudencial. Todos echaban más leña a la hoguera. Los periodistas, yo incluido, los primeros palmeros. La burbuja se hinchaba desproporcionada y todos alabábamos su esbelta figura. El emperador corrió desnudo, sin sillín y sin frenos la Vuelta a España, sin que nadie dijese nada. Se construían más viviendas que en toda la UE y se daban créditos a troche y moche, pero era por el liderazgo natural de este país pobre por herencia.

El segundo, es que visto el cachondeo que hay con las cifras oficias por parte de los gobernantes públicos, no deja de resultarme gracioso que me pidan responsabilidad a mí. Humilde amanuense del día a día. Artesano de pequeñas noticias y titulares de medio pelo. Cuando los padres de la patria no dudan regatear con el PIB, el paro o el IPC, poco asideros nos quedan. Cuando los números abandonan su asepsia, dejan de ser los cimientos económicos del país. Se rompen en cifras discrepantes entre las dadas a Europa, el Plan de Estabilidad o el cierre presupuestario. Cambian en cuestión de días y uno no puede menos que zambullirse en el pesimismo ante tamaña irresponsanbilidad.