martes, 26 de febrero de 2008

Me ilegalizo

Este es un país histérico. Un país que siempre parece al borde de la quiebra y donde las decisiones se toman con una arbitrariedad escalofriante. Hay una anécdota que me gusta emplear para ilustrar este sentimiento. La encontré en un manual de motivación de directivos y me la creí. Si no es cierto, podría haberlo sido:
Tras la caída de Cuba en 1898 uno de los gestores de la perla del Caribe visitó La Habana. Encontró una bonita ciudad, en funcionamiento, alejada del caos que recordaba. El funcionario preguntó a un colega norteamericano por el tipo de leyes que habían aplicado para semejante milagro. Sorprendido, el buen yanqui replicó que ninguna. Que simplemente habían hecho cumplir las ya aprobadas en tiempos de los españoles.
En este país de histéricos lo único que parece funcionar es el cuerpo legislativo. A cada problema se reacciona con una nueva ley, anunciada a bombo y platillo, con poca conexión con la realidad en muchas ocasiones. Con falta de medios para su ejecución y con una absoluta ausencia de sanción ante los incumplimientos. Pasa con la violencia de género o la educación. No se analizan las consecuencias reales de las decisiones y se opta por un nuevo reglamento ejemplarizante que en raras ocasiones se llega a cumplir. Los vericuetos de recurso que ofrece el sistema ayudan a ello. Y si no, que se lo digan a los 'albertos'.
Quienes me conocen saben que soy poco sospechoso de respaldar al nacionalismo en ninguna de sus variantes. Menos aún al terrorismo. Pero la negociación (o trapicheo electoral) montada estos últimos meses en torno a las ilegalizaciones de siglas en el País Vasco me siguen provocando el mismo temor que sentí cuando se aprobó la Ley de Partidos. Si el cuerpo ejecutivo y legislativo del sistema español estuviera bien engrasado no haría falta esta ley, que arremete contra formaciones, y se actuaría contra individuos por actos concretos y punibles.
Como dijo el ministro de Bermejo un día, es una decisión que ataca a la "medula espinal del sistema". Lástima que cambiara de opinión pocos días después con esa chulería suya tan desagradable. El sistema debe estar por encima de muchas cuestiones y las soluciones contundentes suelen esconder un reverso oscuro.
Me podrán decir que mi planteamiento es ingenuo. Por supuesto que lo es. Pero esas ilegalizaciones son un parche para un fallo en el sistema. Nunca una solución.

lunes, 25 de febrero de 2008

Queridos detectives

Desde hace algún tiempo me refugio bajo su protección en tiempos de incertidumbre. Cuando me sé superado por el día a día, me acojo a sagrado... y paso de devorar novelas policíacas. Cada día me gustan más y encuentros más motivos para aplaudirlas, en contra de lo que digan los críticos.
En las últimas décadas han surgido un buen ramillete de protagonistas a los que encomiendo mis horas perdidas. Todos han bebido de Hammet, de Poirot y de los clásicos del genero negro de los años boyantes del cine. El lector percibe todo eso y algo más: la particularidad de cada cual.
Así, me encantan los arrebatos de Kurt Wallander, cuando tira por tierra todos los tópicos de lo que uno imagina que es Suecia.
Me encantaría compartir algún día mesa y mental con Salvo Montalbano, y que me enseñara a disfrutar la vida con cada bocado de una 'trattoria' siciliana.
Y aún mejor sería asistir a un desayuno de café y 'croissant' con el agente de homicidios Kostas Jaritos, donde trataría de animarle ante el inminente atasco ateniense en el que se tendrá que sumergir. O le pediría que me contara su última pelea con su mujer, Adrianí.
Como siempre, hago los deberes al revés y he descubierto a Pepe Carvalho el último, siendo como es un antecesor de tantas y tantas cosas de sus compañeros antes mencionados (como reconoce con arte torero Camilleri, el padre de Montalbano). Es el más brillante y arrogante de todos.
Mientras deambulo por sus innumerables pesquisas, que me cuentan con aire cómplice y sincero, me sorprenden las coincidencias que todos ellos albergan sobre la prensa: un incordio que se aguanta hasta cierto punto.
¿Por qué no se ha logrado una mejor comunicación entre los medios de comunicación y los policiales? No lo sé, pero no es algo que se perciba sólo en las novelas. Cualquier redactor que se las vea en esa sección tan difusa y necesaria llamada sucesos lo sabe. Quizá fuera necesario que los policías, detectives, tenientes y comisarios dedicaran sus horas perdidas a conocer mejor lo que se cuece (o se congela) detrás de una noticia.

En cualquier caso, mi más sincero homenajes a estos esforzados servidores de lo público. También a sus autores, pero menos.
Me he preguntado mucho estos días por el hecho de que me atraigan tanto estas historias. He llegado a una conclusión: sus protagonistas no son las mejores personas, ni las más inteligentes ni mucho menos las más atinadas. Los libros no son los mejores escritos. Pero los personajes de los cuatro ejemplos que he citado comparten una abnegada dedicación a su trabajo y a casi todas las víctimas. No se rinden nunca porque saben que hay ciertos valores que están por encima de cualquier cosa. Incluso por encima de ellos mismos y el sistema que defienden. ¡Cuánta falta hacen hoy en día este tipo de quijotescas actitudes!
Ojalá hubiera Wallanders, Montalbanos y Jaritos en la administración pública y en la prensa.

jueves, 21 de febrero de 2008

Eclipse

He pasado la última media hora con un eclipse. He estado absorto hasta que el camión de la basura que rompe la noche de Alicante ha roto también el encanto. ¿Qué tendrán los eclipses que nos dejan absortos desde hace milenios? Supongo que simplemente te obligan a poner contexto a lo que acontece.
Una esfera muerta que gira en el vacío a velocidad de vértigo se sitúan enfrente de otra esfera. Mucho mayor, incandescente, pletórica de explosiones a lo Hiroshima. Es la esfera que me ilumina, incluso de noche, en la sucia Explanada de Alicante. Esta humilde atalaya que también viaja a velocidad insospechada mientras la humedad se posa en mis huesos.
Entonces, el eclipse me obliga a pensar en Hiroshima y en el átomo. En una mañana clara de 1945 en la que un avión planeaba ligero entre unas pocas nubes. Un avión que abre una portezuela. Desde el banco de Alicante oigo hoy aquel 'clac' en el cielo. Un gancho que se abre y, con él, el atomo y la destrucción.
El eclipse me lleva entonces a pensar en los griegos, que sentados en una playa empezaron a hablar de esferas y átomos sin más punto de apoyo que el de su intelecto. Y hasta hablaron de la música de las matemáticas.
De los griegos, como sin querer, paso a los millardos de personas, y de familias, reunidas en torno a fuegos. En cuevas y en casas. Todas ellas mirando eclipses en diferentes épocas y lugares sin saber qué ocurría sobre sus cabezas. Tratando de hacer cuentas para explicar una luna rota que no encajaba en el calendario. También trato de recordar las mitologías entroncadas con ciencia de los egipcios, aztecas, babilonios y sus cálculos estelares. Y dudo sobre si Colón realmente salvó la vida por un eclipse (solar), o si hubo muchos más casos como los del cuento de Monterroso (el del dinosaurio, no).
Supongo que cada uno ve en un eclipse lo que quiere. El poeta halla versos, y el escéptico, dudas. El nacionalista se pregunta por la identidad cultural de los selenistas y su posicionamiento con respecto a la independencia de Kosovo. Y el mujeriego un cómplice para sus aventuras.
Yo, que últimamente deambulo apesadumbrado, hoy he visto como a la luna se le caía poco a poco el traje de lentejuelas. Se iba apagando el neón de ese gran prostíbulo que es la noche. Poco a poco, al rodar de las grandes esferas. La orla plateada se desdibujaba por minutos y dejaba entrever la realidad: la de una fría roca suspendida en el eter. Inquietante, sí, pero también inerte.
Una fría roca hecha de la misma materia que yo mismo y de ese titubeante ser colectivo llamado humanidad, que aún no acaba de tener conciencia de sí misma. De la misma materia que el sol y sus explosiones. Todo girando en una extraña danza que se revela en días de equinoccio y de eclipse.
Me he dejado el eclipse lunar a medias. Y en la tele dicen que no vendrá otro hasta 2015. Qué le vamos a hacer. Mañana la rutina y el dolor del día a día volverán a llenar los huecos de esta noche. Igual que la fría silueta de la luna llena el hueco que deja el resplandor de la luna a medida que avanza el eclipse. Y por más que ha gritado, no lo he podido evitar.