viernes, 5 de diciembre de 2008

Los que explican lo que pasa

Me van a permitir que comparta con ustedes dos acertadas visiones de lo que ha ocurrido en estos momentos de turbulencias financieras. Hay quien encuentra las explicaciones en la Holanda de la Edad Moderna. Hay quien ya lo veía venir hace diez años. Que no se diga.

Los Amos del Mundo / Arturo Pérez-Reverte
(Artículo publicado en El Semanal el 15 -11- 1998).

Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla antro del computador, su futuro y el de sus hijos.
Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un tres punto siete, o un índice de probabilidad del cero coma cero cuatro.
Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio, o al revés, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid o a la de Wall Street , y dicen en inglés cosas como long-term capital management, y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el partido del domingo.
Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas que circulan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van a atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará el consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser reputados analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en el dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo. Porque siempre ganan ellos, cuando ganan; y nunca pierden ellos, cuando pierden.
No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tienen que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la Tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro.
Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder. El riesgo es mínimo. Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia.
Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático, y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados.
Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no se encuentran todos los días. Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja.
Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad.
Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces, ¡oh, prodigio!, mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.
Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros.
Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos, y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda.. Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la paga con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con su puesto de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.
Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.
Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza.


El día 'D' de la crisis
FRANCISCO PASCUAL
4 de diciembre de 2008.- En 1636, un juez holandés encarceló a un marinero después de que la tripulación de su barco lo linchara. Su delito: comerse por error un cogollo de tulipán. ¿Se habían vuelto locos estos holandeses? No, pero sufrían, sin saberlo, la primera burbuja financiera de la historia. Como cuenta Oriol Amat en su pedagógico 'Euforia y pánico', plantar tulipanes en el jardín se puso de patriótica moda en los Países Bajos del siglo XVII.
Pronto estas flores empezaron a subir de precio de manera desmesurada y, tanto fue así, que la avanzada sociedad neerlandesa invirtió ingentes cantidades de dinero en ellas, incluso a través de arcaicas opciones a futuros. La burbuja del tulipán se infló tanto que los inversores empeñaron ganado y herencias en ella. Llegó un momento en que una semilla de tulipán podía valer lo mismo que una casa. Evidentemente, cuando estalló sumió en la ruina a miles de personas.
Amat encuentra nítidos paralelismos entre este crack, el del 29, el de las punto.com y el inmobiliario que nos asola estos días: la ceguera inversora como culminación de un proceso que empieza por la envidia (quiero ganar más que mi vecino), la ambición (toda ganancia es insuficiente) y la soberbia (yo sé de economía más que nadie). Esto es lo que ha llevado a millones de personas a lo largo de los últimos tres siglos a endeudarse para invertir en bienes sin tener en cuenta si se ajustaban al precio real de mercado o si, por el contrario, eran producto de la más irreal de las especulaciones.
Además, la ceguera tiene un efecto de segunda vuelta en forma de parálisis: una vez ha estallado la burbuja y los atemorizados inversores han perdido su dinero vendiendo a diestro y siniestro, muy pocos se atreven a abrir los ojos en medio de la tormenta para calibrar el verdadero valor de las empresas y apostar por ellas cuando ofrecen buenas posibilidades. Todo el que lea esto, pensará que, si nadie lo hace, será porque no es tan sencillo. Obviamente, es difícil saber identificar el suelo del actual desplome bursátil. Yo, para empezar, no tengo ni idea. Pero sí se intuye que existe una fecha clave para vislumbrar si las acciones de los gobiernos y los bancos centrales tienen posibilidades de revitalizar la situación económica: El día D de la crisis será el 20 de enero.
Ese día se cerrará la línea de crédito a tipo fijo con el que el Banco Central Europeo abastece, cual surtidor, a las entidades financieras del continente. La necesidad de liquidez ha sido uno de los principales motivos del desplome continuado de las Bolsas después del verano. Las empresas, sedientas de dinero, no han tenido más remedio que vender lo que tenían en los mercados para garantizar su supervivencia. Y el único mercado que suministraba líquido era la Bolsa. Si a partir de esa fecha, la volatilidad empieza a disminuir, implicará que los planes de choque para estabilizar el sistema financiero habrán funcionado y que el mercado de crédito respira. La caída del Euribor parece predecirlo. Si no, habrá que prepararse para una crisis larga. En cualquier caso, como recuerda Amat parafraseando a Frank McKinney, "la forma más segura de doblar tu dinero, es plegarlo y guardártelo en el bolsillo".

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