sábado, 3 de mayo de 2008

Aquellas viejas y rojas banderas

Lo confieso, me encanta el Primero de Mayo. Aunque cada vez vaya menos gente. Aunque los sindicalistas se arrastran aburridos por el centro de Alicante sin creerse realmente lo que hacen. Aunque sea una especie de paso de Semana Santa de aquellas viejas ideologías, que se sacan en procesión por tradición y no por pasión. Me encanta. Aunque los grandes sindicatos equivoquen sus objetivos y digan que la crisis no es para tanto, cuando medio país está con la lengua fuera. Me chifla, no lo puedo evitar.

Quizá sea por todo lo que acarrea el día, por su carga simbólica, por lo que me atrajo de joven el Reportaje al pie de la horca de Julius Fucik, o, precisamente, porque nadie ya se lo cree.
Me encanta el Primero de Mayo aunque tenga menos manifestantes que la defensa de la programación de la TV3. Me encanta a pesar de lo equivocado de algunos discursos, que se centran en cuestiones abstrusas y no en la sinrazón de las condiciones laborales que hoy nos atenazan.

Me encanta, supongo, por que me recuerda que hubo un tiempo en el que la gente creía de corazón que podían mejorar el mundo. Cambiarlo. Enderezar su torcido deambular por el espacio y el tiempo. Aunque se equivocaron, lo intentaron. E inventaron un día de solidaridad de los trabajadores. En un reciente reportaje que hice sobre los nuevos sindicalistas, hubo un joven, Óscar Arán, que lo explicó a la perfección: "es como el día de la inauguración de los juegos olímpicos". Pero no del deporte, claro, sino del mundo laboral. Otra joven, Yaissiel Sánchez, me dio otra de las claves que considero ineludibles: "que no me hablen de inmigrantes en el día que se inventó para ver que todos los trabajadores son iguales".

Y es que me encanta porque comparto la certeza que expresó José de la Casa al despedirse de sus correligionarios tras 17 años: "me voy con la convicción de que hay una lucha de clases". Pues eso, que yo también lo creo del mismo modo que estoy convencido de que no hay lucha de los pueblos, sinos intereses ocultos detrás de ellas. Al igual que creo que los sindicatos están fracasando estrepitosamente al no saber adaptar su discurso a los nuevos tiempos y las nuevas necesidades de un mundo globalizado y cabrón como el actual.

Desde el páramo que fue Alicante el Día del Trabajo, con dos días de retraso, tras haber abandonado mi faceta sindical, y asustado por la falta de ímpetu e implicación de muchos de los asistentes, no puedo sino corear un: "¡viva el primero de mayo!"

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