martes, 2 de diciembre de 2008

Homenaje al farero

Por su evidente interés informativo, y para preservar su existencia en la red de redes, me van a permitir que reproduzca una de las columnas de Rafa Burgos en el dominical de la edición de El Mundo en Comunidad Valenciana. Y no digo más para que no me citen al señor Lobo.


EL FARO DEL IMPOSTOR
RAFA BURGOS
La tengo pequeña
He visto tetas con corteza de limón y tetas con olor a albaricoque. Tetas profundas como un tonel de vino y tetas descaradas como una sonrisa indiscreta. He visto tetas como mentiras de infancia y tetas verdaderas como puños. He visto tetas florentinas cinceladas en mármol y tetas ahorcadas en el árbol africano del hambre. Tetas breves y delicadas como poemas de Neruda y tetas desmesuradas y jacarandosas como romanzas de ciego. He visto tetas de corza joven en el Cantar de los Cantares y tetas homicidas en el Amarcord de Fellini. He visto tetas que eran una condena y tetas que eran una inversión. He visto tetas que rompían la identidad genética de dos gemelas y tetas despistadas en un alma de hombre. Tetas elásticas como una Zodiac y tetas robustas como mascarones de proa. Tetas que no eran tetas, tetas que dejaban el esternón como una carcasa de televisor. He visto tetas que nunca he visto y tetas que no volveré a ver. Pero lo que nunca he visto ni espero ver, como me enseñaron los empiristas cuervos de Dumbo, son tetas sueltas, separadas de la mujer que las lleva. Bueno, salvo en el caso de la teta gigante de Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar.
El escándalo levantado por Pacha Valencia, una discoteca que pretendía sortear un implante de tetas en el transcurso de una fiesta, ha revuelto los desayunos de esta semana con la cucharilla de la hipocresía. Sólo se ha salvado la propuesta de varias instituciones de supervisar las condiciones sanitarias del regalo, así como la protesta de los cirujanos plásticos, que llaman a la concienciación de las muchachas a la hora de meterse en un quirófano para reforestar su escote. Pero la noticia ha dejado un reguero de vestiduras rasgadas que demuestra que esta sociedad en la que todos vivimos es tonta del bote. Somos nosotros, todos, los que hemos llevado a la exaltación el culto a la individualidad, al éxito fácil y a la imagen. Los que hemos elevado a los altares la juventud, cuando solamente sirve para salvarse de los ERE gracias a que los empresarios saben que los sueldos son indirectamente proporcionales a la edad. Somos nosotros los que consumimos alimentos mediáticos repletos de gente que no sabe escribir ni restar ni cantar, ni siquiera escuchar. Somos nosotros los que hemos conseguido que los estudiantes de periodismo no quieran torcer el colmillo en los informativos, sino dejarse los pies en el zaguán de la casa de Julián Muñoz.
Y ahora queremos ser los que elijan qué tetas tienen que tener las demás, cuando sólo nos corresponde advertirles de los riesgos que conlleva una intervención quirúrgica. Esta semana he soñado que rezaba a sor Maravillas del Congreso que se perfeccionara la técnica del Jes-Extender si no se consigue que a la sociedad le importe un carajo de qué tamaño tengo la taleguilla. Si no lo he hecho ya –rezar– es porque soy laico practicante. Como tendría que ser el Estado español.